Unos días después de morir mi madre (después de cuatro años de fallecer mi padre) miraba sus cosas y encontré una caja llena de botones.
Me pareció gracioso que hubiese tan gran cantidad de botones en una caja metálica, de aquellas del Cola Cao; no me explicaba el porqué de guardar tantos.
Entonces, hurgando en la caja, reparé en un botón de los que tenía en mi babi azul del colegio en Primaria en SAFA,
Me vinieron infinidad de recuerdos de mi infancia y adolescencia en la escuela, recordé a muchos de los maestros que tuve, entre ellos Aureliano y Estanislao; y me entró la morriña de aquella época, en la que era muy feliz. Recordé el olor a mi madre y a mi padre, cuando de muy pequeñín, me metía con ellos en su cama.
Recordé mi primera comunión, con churros y chocolate, y mis respuestas a quien me preguntaba como tenía ese día el alma… y yo decía: “mi alma está limpia”. Imagínense un chaval de siete años con al alma sucia.
Me retrotrajo este botón, al olor a los pupitres, de la goma de borrar, el polvo de la tiza, lo torpe que era en el deporte y los nervios que me entraron cuando me eligieron delegado de la clase.
Otro, era del suéter de mi madre cuando cayó enferma y la ingresaron en el hospital, del que ya no salió. Recuerdo que la besé después de morir infinidad de veces, estaba guapa, muy guapa, ella siempre lo fue, con un pelo blanco que parecía de plata. Murió a los 36 días de estar ingresada, con una enfermedad dolorosa y cruel, que era irreversible.
También cuando murió mi padre, un bendito del cielo, heredé una caja de herramientas y un vaso en el que él bebía agua, y cuando lo tuve en mis manos lo besé recordándolo, porque fue un buen padre, lleno de humanidad, como mi madre y ambos tolerantes, aunque no se casaban con la injusticia.
Aquellas cosas me recordaron el libro del teólogo Leonardo Boff cuyo título es “Los Sacramentos de la Vida”.
Para mí tanto el vaso, como la caja de botones y el de herramientas, siguen siendo un auténtico sacramento.
Así, volví a revivir los recuerdos más queridos de mi infancia y juventud, que siguen en mi memoria.
Y es que para mí, estas cosas ancladas en el recuerdo, entre otras, son los Sacramentos de la Vida, los Sacramentos que te conectan con lo trascendente, lo mismo que los pajarillos que se posan en mi patio, con los que disfruto de una manera indecible.
Días atrás, decía a mis hijos, que para muchas personas, los años vividos, les hacen más cautas, más sensibles, más tolerantes, en definitiva, mejores seres humanos. Pero no todo el mundo tiene la suerte de llegar a ello, a las vivencias consigo mismo, a los juicios de hechos y no de valor, porque esas personas, quienes se instalan en los juicios de valor, no tienen esa suerte de haberse encontrado a sí mismas y de experimentar vivencias tan íntimas, que nos hacen renacer cada día a pesar de todo lo malo que existe.
Y es que los Sacramentos de la Vida, no están exclusivamente en los que ofrece la Iglesia, porque el Sacramento, es un símbolo que es capaz de hacerte trascender, de hacerte repreguntar qué es la vida que estamos viviendo y qué podemos hacer para mejorarla, para crecer, para compartir, para dar, escuchar…
Esto me lleva a la amistad, al amor, cuando pienso que un amigo, un ser querido se va, quedo enriquecido con la música de su ser, y me quedo con los mejores momentos.
Por ello, intento no dejar sitio a la tristeza al recordarlos, porque estoy lleno de ellos. Pobre de mí si sólo me quedara con el dolor.
Estos días he vivido duros momentos ante la muerte de tres personas, a las que quiero mucho (hablo en presente) porque sigo considerando que siempre estarán con nosotros. Son compañeros docentes de siempre.
Uno, es Pepe Llavero, también Jerónimo Bravo y otra es Juana Salazar, la “Seño” Chani, parvulista de mis hijos en el Colegio Tetuán. Personas que entraron en mi corazón y ahí estarán para siempre.

Recuerdo que el día que murió mi madre, era mi cumpleaños.
Murió de madrugada, curiosamente el mismo mes, día y hora que nací, sobre las cinco de la madrugada. Era una madrugada en la que llovía a cántaros, igual que la madrugada en que nací.
Y entonces comienzas a pensar sobre la casualidad y el determinismo.
¿Cuál de estas realidades, en lo referido al mes, día y hora de la muerte de mi madre y mi nacimiento, es la más plausible? No lo sé.

Que sean Vds. moderadamente felices.